20091102

-LIBERACIÓN DE PADMASAMBHAVA: CÁPÍTULO TERCERO

Podría titularse esta entrada como la del retiro en los cementerios, y no sólo porque estemos en fechas de difuntos. Padmasambhava, después de haber recibido enseñanzas de distintos maestros, practicó en soledad en crematorios y osarios hasta conseguir mediante el entrenamiento en el desapego, someter a las fuerzas negativas. Poco a poco, comenzó a descubrir signos auspiciosos que incrementaron su confianza. Lo que empezó a suceder fue que el reconocimiento que él había dado a sus maestros, llegó de otros hacia él mismo. Eruditos, pandits, reyes, yoguis le van solicitando uno por uno que sea su preceptor, mentor y maestro. La completa realización de las misiones que emprende, derrotando temores y sometiendo demonios, transmutando elementos o implantando el Dharma en lugares que lo habían rechazado, es el medio por el que su presencia va siendo reconocida y su figura consagrada en vida. Eso no le lleva a abandonar la práctica, sino que alterna momentos de presencia pública con hondos retiros en cuevas y lugares remotos, en donde sigue recibiendo enseñanzas. Pero ahora ya no son maestros humanos, sino que directamente los Budas le entregan textos y le ofrecen prácticas a las que entregar su ejercicio.
Pregunté en una entrada anterior el por qué de las 108 cuentas del mala y de las 108 recitaciones de los mantras. En este tercer capítulo se alude al número, y sin que pueda asegurar si refleja una creencia anterior o la implanta, hay que señalar que son 108 los textos sagrados en los que el Budha Amitayus reveló a Padmasambhava el secreto de la inmortalidad.
Se muestra en el texto algo de gran importancia, pues habiendo llegado al "campo puro del paraíso de Akanistha", y el texto sugiere que difícilmente se puede ir más allá, se le confirió una verdad profunda: "me enseñaron que la propia mente es el único Budha que puede ser descubierto". Por lo menos se abre un doble sentido de la frase tal y como ha sido traducida en esta versión: el primero, que no hay más Budhas que la mente misma; el segundo, que los Budhas fuera de nuestra mente no pueden ser descubiertos por la mente. Quizá sea preferible no pretender interpretarla y dejarla abierta en su rica ambigüedad.
Llegado ahí, y entregado a esa verdad suprema en la visualización y meditación del Mahamudra, fue el sufrimiento de los demás lo que le llevó a salir de la cueva más alta de meditación, en Yangleysho. La compasión le trae de nuevo al mundo, y es la liberación a otros del dolor que padecen lo que le mueve. Así, al final del capítulo y habiendo completado el conocimiento de su propia mente y reconocido el valor supremo de la compasión, puede reunirse de igual a igual con los ocho grandes Vidyadharas. De su meditación conjunta surgió una stupa radiante, y la dakini Senge Dongma le entregó de su propio corazón abierto un nuevo tesoro oculto. Hay siempre en la presencia de las dakinis algo que enlaza estrechamente el cielo y la tierra: las enseñanzas más altas aparecen del interior de su propio cuerpo, y es de sus mismas entrañas de donde puede mostrarse la verdad más elevada. Un corazón abierto, en carne viva, es la llamada más poderosa que podemos imaginar a encarnar el espíritu: las dakinis siempre recuerdan en su mismo gesto que el espíritu es el mismo cuerpo y en él vive y por él se expresa y nos enseña. Un cuerpo humano, se nos recuerda así, lo incluye todo, y por él, una vez más, vuelve Padmasambhava a abrirse a lo desconocido y más allá. La doctrina del Budha queda preservada allí donde su presencia aparece.

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