20090623

-C.G.JUNG Y PADMASAMBHAVA

Recojo ahora algunas anotaciones personales al “COMENTARIO PSICOLÓGICO”, de C.G. Jung al “Libro Tibetano de la Gran liberación”, atribuido a Padmasambhava. Se cruzan en ese texto -al menos para mí- dos protagonistas del momento actual. En la imagen, al lado, una gran máscara tibetana de perro oculta y deja ver a un hombre.




Es conocido el papel de C.G. Jung en la toma en consideración del pensamiento oriental. Le pareció de gran valor para profundizar en la comprensión de la experiencia humana, y a diferencia de la mayoría de las corrientes psicológicas de su época, centradas en la extrapolación al conjunto de la naturaleza humana de lo que eran sólo datos obtenidos en el marco de la sociedad occidental, Jung tuvo muy en cuenta lo que aportaban otras culturas y otras épocas para comprender lo que los seres humanos somos. Es en esa perspectiva donde hay que enmarcar también su interés por los mensajes cifrados de la alquimia, o el tarot, o el punto de vista del taoísmo. De todo cuanto pudo conocer de otros pueblos, de religiones distintas, de prácticas alternativas de autoconocimiento y reflexión intentó recoger lo que arrojaba alguna luz a nuestra verdadera naturaleza. Ahí es también adonde nos conduce en el interesante estudio preliminar que acompaña a la edición del “Libro tibetano de la gran liberación”, atribuido a Padmasambhava, en edición del Dr. W.Y. Evans– Wentz. Ed. Kier, Buenos Aires, 1998.





C.G.Jung establece en ese texto un cerrado paralelismo entre lo que el budismo tibetano llama “autoliberación de la mente” y su propia práctica terapéutica de psicología profunda. Semejante afirmación puede parecer a primera vista precipitada o demasiado atrevida, pero descansa en un fundamento sólido: el de una segunda equivalencia aún más radical, la que sugiere entre el concepto tibetano de “Mente” y su propia noción de inconsciente colectivo.








Si la mente de la que nos habla el texto de Padmasambhva es “la mente creadora de imágenes, la matriz de todos aquellas esquemas que dan a la unidad de la percepción su carácter peculiar”(p.31), entonces se trata de algo que bien puede entenderse también como un conjunto de “esquemas innatos a la mente inconsciente, que constituyen sus elementos estructurales, y que son los únicos que pueden explicar por qué ciertos motivos mitológicos aparecen casi siempre, incluso cuando el contacto entre culturas como medio de transmisión es totalmente improbable”(p.31). Por lo tanto, parecería que el inconsciente colectivo es un trasunto de lo que la tradición tibetana llama “la mente universal”. La mirada vuelta hacia dentro en la que descansan todas las prácticas de autoconocimiento de las llamadas religiones orientales –y muy especialmente el budismo tántrico- es la vía por la que nos resulta posible acceder a la fuente de donde nacen todas las formas mentales . Ahí está en parte el origen del valor que Jung le atribuye: acercarse a la fuente nos permite fluir con la corriente del agua que mana. Conocerla, reconocerla, es la forma por la que podemos situar sus variadas manifestaciones en su justo lugar relativo, y a la vez, concederles el valor y la utilidad que realmente tienen. El budismo tibetano lo afirma una y otra vez; C.G.Jung lo retoma y lo lleva al cauce de su propio método de análisis psicológico, asentando el paralelismo del que venimos hablando. “Debido a que el inconsciente es la mente matriz, la cualidad de creatividad le es propia. Es el lugar de nacimiento de las formas mentales, tal como el texto de Padmasambhava considera que lo es la “Mente Universal”. Puesto que no podemos atribuir ninguna forma particular al inconsciente, la afirmación oriental de que la mente universal carece de forma, y sin embargo es la fuente de todas las formas, parece estar justificada psicológicamente”(p.32).






Acercándonos a esa fuente inconsciente, a esa Mente universal, podemos dejar que su flujo nos alimente y conduzca nuestra vida con más fundamento que la mera razón pura, analítica, descarnada, y en definitiva, mortal, porque “cuando el inconsciente deja de cooperar, instantáneamente, el hombre se siente perdido incluso en sus actividades más simples”(p.33). Oriente ha sabido siempre permanecer cerca de la fuente; en Occidente ese camino debe ser reinventado, y Jung presenta su método de análisis psicológico como una tentativa de regreso a esa base de la que nace la inspiración, la guía y el motor del crecimiento de nuestra propia plenitud personal. Es lo que llama en otros textos, “la función trascendente” y aquí recoge ese concepto para señalar la importancia de acceder a esa fuente de la Mente Universal en el modo en que podemos hacerlo nosotros, humanos occidentales habituados a alejarnos del origen. Mediante la “función trascendente” permitimos que se establezca un diálogo fértil entre el inconsciente y el consciente, entre la fuente y lo que de ella mana, de manera que al aprovechar la información que nos facilita no agotamos su potencial, sino que más bien éste se incrementa por su uso, nos devuelve aumentado lo que de él tomamos, y el resultado crece. Poner la conciencia en el inconsciente hace que éste se manifieste más y nos ofrezca nuevos dones cada día; retirarla de él, lo reduce. Así, el hombre que se aleja del contacto con la fuente de las imágenes que le guían acaba perdiendo el contacto consigo mismo, y sólo a través de los símbolos que la Mente Universal produce puede recuperarse la inspiración y la guía que nos permite completarnos como seres humanos.





El intento de C.G. Jung no pasa por mimetizar mecánicamente las afirmaciones del texto de Padmasambhava, sino por recoger la indicación profunda que expresan. No pretende Jung que la mentalidad occidental abandone el mundo de la objetividad extrovertida que se vuelca hacia el mundo de los hechos, ni que la sustituya por la contemplación extática de la fuente de la que manan las imágenes internas. Su posición es más compleja, y pasa por una mutua rectificación entre las líneas fundamentales de la mentalidad oriental y occidental. De Oriente, del budismo tántrico, de Padmasambhava, Jung propone atender con constancia el acceso al inconsciente, a la “Mente Universal”, sin perderse en la consideración de los objetos externos. Mirar hacia dentro es indispensable, hasta llegar al silencio del que nacen las palabras, y a la luz clara de la que las imágenes brotan, pero tampoco podemos prescindir de llevar esa intuición al mundo objetivo de los hechos. El modo por el que podemos garantizar el paso de una a otra orilla, el modo por el que la fuente de la Mente Universal se plasma de forma eficaz en nuestra vida relativa es la dimensión simbólica. Los símbolos son puentes entre ambos mundos, entre ambos estilos de razonamiento y de conducta, y es de ese modo, como filosofía de las imágenes internas y de los símbolos como hay que entender la propuesta de Jung. “Puesto que la ininteligible sustancia de la Mente, es decir, del inconsciente, siempre se presenta a la conciencia en forma de símbolos –siendo el yo uno de esos símbolos de la mente- el símbolo funciona como un modo de alcanzar la otra orilla; dicho de otra manera, como un medio de transformación. El símbolo es un transformador de energía” (p.45) que es conducido por la función trascendente de la mente humana, por la que el inconsciente y el consciente dialogan permitiendo el crecimiento y el pleno desarrollo de nuestro propio potencial completo.

Recoge entonces Jung del texto de Padmasambhava una justificación más para su punto de vista general en relación a lo que es la naturaleza humana. Podemos entenderlo como un intento de integrar el punto de vista introspectivo, místico y visionario sobre el que se han organizado las sociedades orientales con la perspectiva objetiva, práctica y materialista de la civilización occidental. Ni una ni otra por separado permitirán garantizar la plenitud de la naturaleza humana. Los símbolos nos permiten transitar entre ambas dimensiones. Sólo su mutua fertilización por el uso de la función trascendente nos dará alguna garantía para llegar a ser lo que verdaderamente somos. Para Jung, pues, las consideraciones de los textos de Padmasambhava que pretende comentar en su prólogo son un necesario recordatorio de la polaridad que nuestra civilización se ha esforzado por olvidar. Podemos recuperar en contacto con la tradición oriental el ámbito de la intuición pura, de la introversión definitiva por la que reconocemos a la mente como la única verdad. Y nos conviene activar ese foco de atención, pero para llevarlo al diálogo con la mente consciente mediante la función trascendente, y por ese trabajo, llegar a integrar la información de los símbolos en nuestro pleno proceso de desarrollo y maduración personal. Así, consiguiendo ser plenamente uno mismo, alcanzaremos por fin a ser lo que todos.

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